martes, 29 de diciembre de 2009

Días de hospital...

Las mismas sábanas blancas y esa posición que de tan repetida se vuelve incómoda. El calor insoportable, la gente desconocida que entra y sale y esa incertidumbre del no saber. Los días de lucidez son pasables, siempre alguien me viene a ver y algo logro conversar. Sin embargo, en las noches de insomnio atormentan los gritos ajenos y las horas que nunca pasan...

Los mismos trámites rutinarios, el poco descanso, la pésima alimentación y la creciente angustia que produce ver a quién amas desvariando... Tratar de tener una conversación coherente, olvidarte que fuera de esas inquietantes paredes blancas existe otra vida. Los días traen más movimiento y las horas pasan rápido. En cambio, las noches con sus gritos de dolor e histeria son duros y ninguna posición resulta cómoda para descansar los ojos.

Con los días se descubren las pequeñas alegrías entre los numerosos defectos. Las caras sonrientes de poder irse por la puerta de salida, las muchas personas que por una triste casualidad común resultan simpáticas y grandes compañeros de la calamidad. Aquellas anécdotas que por fuerza de voluntad se volvieron graciosas. Descubrir que en el fondo siempre lo más importante son los afectos.

Por suerte, ya nos fuimos por la puerta de salida con una sonrisa.

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